La fibra de lo real se sacude bajo nuestros pies. Los anuncios de la clausura epocal de la metafísica proliferan como expresión de un agotamiento. La geopolítica preconiza los signos de la tercera guerra civil mundial. La post-metrópoli global se torna en el hábitat de un desarraigo. ¿Es posible, ante el emergente panorama, abrir la posibilidad de un filosofar? Al menos, resulta plausible interrogarse sobre dos regiones existenciales del viviente contemporáneo: la relación con alguna forma de verdad y la constitución de la erótica que le da forma a su deseo. El camino no puede ser progresivo: las temporalidades deben enlazarse sobre un mismo plano de convergencia. La Grecia y la China antiguas, las ciudades del Renacimiento italiano, el alba de la Modernidad tecno-jurídica occidental, el zócalo de nuestro inmediato presente: estas intensidades geo-temporales habrán de comparecer ante un mismo llamado, esto es, meditar sobre el porvenir del viviente que, hasta hace poco tiempo, habíamos convenido en llamar humano. Considerando el propósito, puede resultar apropiado conducir la búsqueda precisamente sobre dos territorios asediados y, por ello mismo, evocadores: la ética y los cuerpos.
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